Soy hija de emigrantes, por ello no tuve la dicha de tener a mi familia cerca, a mis abuelos, tíos… mis tíos fueron los amigos de mis padres en su nuevo país y claro ellos eran contemporáneos.
Por eso, la verdad es que no vivimos en nuestros primeros años experiencia alguna con la muerte, nos sonaba ausente y ajeno esa experiencia.
Claro que sentimos la tristeza de la pérdida de esos abuelos primero, pero eran las tristezas de mis padres, no nuestra y sí, algo de nuestra, porque al final no los tuvimos con nosotros…
Al crecer, paulatinamente si fuimos sintiendo ya la muerte como algo más cercano, tíos que sí conocimos se fueron y a ellos los lloramos en su día pero aún lejos, amigos tíos también, esos más sentidos pero ya el día a día nos había alejados, cada quien en sus cosas.
Debo reconocer que en mi casa no era un tema tabú, la verdad ninguno lo era, pero este en particular menos, era un tema constante, hasta de juego… Mi papi decía que uno venía desnudo y sin nada y así se iba, por lo que no podíamos apegarnos a lo material, que era lo único seguro que teníamos en la vida y no podíamos sentir miedo; nacíamos y moríamos. Mi mami, por su parte, creía mucho en Dios, en un Dios muy suyo muy particular (siempre rebelde). Ella lo manifestaba de otra manera, una era, que no entendía por qué ese día la gente gastaba en coronas que no se iban a disfrutar, que ese dinero había que donarlo a fundaciones que hicieran el bien, que en vida era que se daba, compartía las alegrías y tristezas acompañando a quienes queríamos; que no entendía por qué al morir todos se convertían en “santos” luego de haber sido muy malos en vida; que no debía quedar pendientes, pues al fallecer la familia se convertía en enemigos, y contaba la historia de su familia materna al respecto, que perdieron casi todo lo material en peleas infructuosas, que no vienen al caso recordar, esto lo compartían ambos; y, el más importante para ella… que para comprender debo describir algo de ella.
Mi mami era excesivamente escrupulosa, odiaba toda alimaña rastrera, y siempre nos dijo que a ella la cremaran pues no podía aceptar que “los gusanos” la comieran. Eso era motivo de diversión familiar, pues mi papá que era sumamente bromista le decía que ella tan católica…, que la biblia decía que a la tierra… y ella decía bueno las cenizas… y el decía no…, lo que ponía más grave la situación y la atormentaba, pero aún más, pues para esa época la Iglesia no aceptaba la cremación… él la torturaba… y ella: “hija tú ves como haces… pero a mí no me entierren, ¡me cremas!”.
Aún éramos jóvenes y obvio veíamos su partida muy lejos, solo reíamos.
Luego por mi profesión supe, gracias a Dios a tiempo, que ya se aceptaba la cremación y se lo comuniqué. Sí, había que dejarlo por escrito mediante un documento formal, y así le conté. A partir de ese momento no hubo día que me pidiera que le hiciera el favor de hacerlo, era un ruego constante…
Como nos sucede a todos, evitamos pensar el perder a los seres que más amamos, y en mi caso, mi mami, mi pilar. Obvio que toree la situación, di largas, me hacía la loca… pero… Ella comenzó a sufrir de Alzheimer. Siempre digo que tuve dos mamás. Una fuerte, retadora, optimista, pero dura en las reglas. Y otra una niña, rotas las limitaciones sociales, era una fiesta, todo era lindo para ella, cantaba bailaba, hasta llegó a beber con nosotros (antes no lo hacía), risas, cariño y arrumacos… Dos mamás, una fuerte y otra sin memoria pero que aún así daba la vida por nosotras sin reconocernos, solo reconocía el lazo de amor. Aun así, no quería que la enterráramos. Eso nunca lo olvidó.
Surgió una emergencia médica, tuvimos que operarla de carrera, estuvo delicada, y al pasar todo, reí de nuevo, pues de toda la lista de peticiones, ninguna la pude cumplir. Lista de ella: “Si me operan me llevas mis sábanas guardadas de hilo bordadas a mano, mis toallas, sabes que no me gustan las de por ahí…” En fin, la única, la única que si me angustió fue, no haber tenido firmado su documento para cumplir su deseo constante y de toda la vida: ser cremada. El sentimiento de culpa, de remordimiento…
Las primeras, a pesar de sus olvidos, las cumplí pero distinto, le dije que nada que ver, que todas esas sábanas, toallas, etc., las íbamos a disfrutar juntas. Cada fin de semana que compartíamos en mi casa lo hicimos, y hacíamos fiesta con eso. Ojo, si fue al crematorio con su sábana bordada… Su glamour nunca lo perdió, se fue bella y en paz.
Y el documento de cremación, al salir de la clínica, y aún con el poquito de consciencia que le quedaba, casi fuimos directo a la notaría, firmó su documento y ese día le dije: “Mami, ya cumplí, no te van a comer ningunos gusanos”. La alegría en su rostro fue indescriptible. Su tranquilidad la mía. E insisto, perdió la memoria, pero siempre ella estuvo ahí… siempre recordando ser cremada, el amor a mi papi y a sus hijos, eso nunca, nunca lo olvidó.
Sí bien estas líneas me sirven un poco para dar testimonio de amor, aun cuando falta tanto para poder expresarlo todo entre ambas, si fueron el origen de entender no solo la muerte, sino la obligación que tenemo para quienes amamos y nosotros mismos de cumplir los deseos… de ordenar… de dejar las cosas en orden.
Mi papi fue otra historia… y la muerte se burló de él. Pero esa otro día la comparto.
Teresa Borges García
Aún éramos jóvenes y obvio veíamos su partida muy lejos, solo reíamos.
Luego por mi profesión supe, gracias a Dios a tiempo, que ya se aceptaba la cremación y se lo comuniqué. Sí, había que dejarlo por escrito mediante un documento formal, y así le conté. A partir de ese momento no hubo día que me pidiera que le hiciera el favor de hacerlo, era un ruego constante…
Como nos sucede a todos, evitamos pensar el perder a los seres que más amamos, y en mi caso, mi mami, mi pilar. Obvio que toree la situación, di largas, me hacía la loca… pero… Ella comenzó a sufrir de Alzheimer. Siempre digo que tuve dos mamás. Una fuerte, retadora, optimista, pero dura en las reglas. Y otra una niña, rotas las limitaciones sociales, era una fiesta, todo era lindo para ella, cantaba bailaba, hasta llegó a beber con nosotros (antes no lo hacía), risas, cariño y arrumacos… Dos mamás, una fuerte y otra sin memoria pero que aún así daba la vida por nosotras sin reconocernos, solo reconocía el lazo de amor. Aun así, no quería que la enterráramos. Eso nunca lo olvidó.
Surgió una emergencia médica, tuvimos que operarla de carrera, estuvo delicada, y al pasar todo, reí de nuevo, pues de toda la lista de peticiones, ninguna la pude cumplir. Lista de ella: “Si me operan me llevas mis sábanas guardadas de hilo bordadas a mano, mis toallas, sabes que no me gustan las de por ahí…” En fin, la única, la única que si me angustió fue, no haber tenido firmado su documento para cumplir su deseo constante y de toda la vida: ser cremada. El sentimiento de culpa, de remordimiento…
Las primeras, a pesar de sus olvidos, las cumplí pero distinto, le dije que nada que ver, que todas esas sábanas, toallas, etc., las íbamos a disfrutar juntas. Cada fin de semana que compartíamos en mi casa lo hicimos, y hacíamos fiesta con eso. Ojo, si fue al crematorio con su sábana bordada… Su glamour nunca lo perdió, se fue bella y en paz.
Y el documento de cremación, al salir de la clínica, y aún con el poquito de consciencia que le quedaba, casi fuimos directo a la notaría, firmó su documento y ese día le dije: “Mami, ya cumplí, no te van a comer ningunos gusanos”. La alegría en su rostro fue indescriptible. Su tranquilidad la mía. E insisto, perdió la memoria, pero siempre ella estuvo ahí… siempre recordando ser cremada, el amor a mi papi y a sus hijos, eso nunca, nunca lo olvidó.
Sí bien estas líneas me sirven un poco para dar testimonio de amor, aun cuando falta tanto para poder expresarlo todo entre ambas, si fueron el origen de entender no solo la muerte, sino la obligación que tenemo para quienes amamos y nosotros mismos de cumplir los deseos… de ordenar… de dejar las cosas en orden.
Mi papi fue otra historia… y la muerte se burló de él. Pero esa otro día la comparto.
Teresa Borges García